sábado, 1 de julio de 2023

Reflexión desde las alturas

 

¡Y que me mandan a las alturas! 

¡Hola, que alegría saludarte! Permíteme presentarme: soy el padre Alexis Gándara Tiznado. Hace unos días cumplí mis primeros 35 años y por pura Gracia de Dios llevo casi 8 años desde que Don Rafael Romo Muñoz impusiera las manos sobre mi cabeza y consagrara mis manos con el Santo Crisma para que me pudiera convertir en Sacerdote. Estos años han sido muy geniales, te cuento: mi primera comunidad como diacono fue en la parroquia Santísima Trinidad en colonia las Torres de Otay en Tijuana. Allí, dos años fueron muy hermosos ¿Quién puede rechazar a la novia de la juventud? Esa comunidad me recibió como diácono y me despidió como neo-sacerdote. Después, se me envió como vicario a la comunidad de Santa María Estrella del Mar en la comunidad de Playas de Tijuana, a la que con cariño recuerdo como “el gigante dormido”, una comunidad con muchas actividades y potencialidad que verdaderamente representa un reto para cualquier sacerdote, párroco o vicario. Un año aguanté o me aguantaron, no estoy muy seguro de eso, por cierto, también en ese año trabajé como director espiritual de la Legión de María, un apostolado serio y lleno de sabiduría al servicio de la Virgen en nuestra Arquidiócesis de Tijuana. 

Ya para entonces, teníamos nuevo arzobispo, Don Francisco Moreno Barrón, que al poco tiempo de su llegada y cumpliendo exactamente un año en mi misión como vicario, tuvo a bien enviarme a la Universidad Pontifica en la ciudad de México para especializarme en Teología Bíblica ¡No te dejes impresionar! Fueron tres años, difíciles sí, porque nunca había salido de mi Tijuana, pero con la Gracia de Dios todo es posible, también allá trabajé, estudié, viaje, me rompí la rodilla, hice muchos amigos y recibí muchas bendiciones que jamás hubiera imaginado, incluso hasta fui a Jerusalén y camine por Italia, todo una vez más, por la bondad que viene de lo alto. Por fin regresé de la experiencia de estudio y después de un tiempo en casa por el problema del COVID 19 fui enviado a la Parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe en Tecate, otra comunidad bonita y generosa, con gente muy talentosa, llena de deseos por trabajar para la sociedad y su Iglesia, de esas parroquias de tradición que buscan mantenerse vivas a pesar de las adversidades y obstáculos. ¡Todo iba bien! Pero se puso mejor. El 15 de febrero de este 2023 fui enviado una vez más a una nueva misión, mi Arzobispo tuvo a bien encomendarme la comunidad del Nuestra Señora del Perpetuo Socorro y Cristo Rey en La Rumorosa.

¿A poco hay gente, templo y pastoral? Pues sí, y si no para eso vas… y ¡aquí estoy! Me recibieron dos nevadas, que según los pobladores estuvieron leves, pero para alguien que nunca había visto la nieve, ni vivido cerca de ella, puedo decir que lo que tiene de bonito no le quita lo frío y lo que tiene de frío no le quita lo bonito, bueno… hasta ahora. La otra buena noticia es que no estoy solo, trabajo en comunión con la Parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe, pero ahora del Hongo; tengo tres Ejidos que acompañar (Encinal, Chula Vista y Jacumé, cada uno de ellos con sus capillitas y su gente a todo dar, se han ido ganado mi corazón sacerdotal). La gente del Hongo va aceptando mi trabajo en conjunto con su párroco Francisco Javier Curley, viejo amigo y compañero de camino desde que yo era seminarista, nos conocimos cuando yo tenía eso de 16 años, y ahora caminamos juntos acá por “las tierras lejanas” como les decimos de cariño.

Bueno ¿y los de la “Rumo”? Estamos aquí a 1200 metros sobre el nivel del mar, por lo que veo son gente muy trabajadora (más en fin de semana), aman a Dios, pero siento que podríamos dar mucho más. Quizá la culpa la tengo yo que aún no he estado tan cercano como quisiera, o tal vez estoy más cerca de lo que están acostumbrados. Eso sí, desde que llegué rápido me reconocieron y me han recibido con cariño, hasta los que no van a Misa me dijeron frases como: ¡Padre, a lo mejor no me verá en el templo, pero cuente conmigo para lo que necesite!; ¡Padre, está bien joven, ahí le va una cola loca para los empaques de su mina de gas!; ¡Usted es el nuevo padre verdad, su cara no la habíamos visto por aquí! Y yo pienso: ¡Pues ojalá me la vieran más seguido en el mejor de los sentidos!

Mi querido lector, te preguntarás qué onda con estas letras y esta hoja que tienes en tus manos. Pues bien, quiero que éste sea un medio por el cual me conozcas y conozcas tu comunidad de una manera más cercana. Es padre vivir acá en las alturas, pero más padre es vivir cerquita de Dios. En estos pocos meses me he enamorado de todos estos lugares: desde el Encinal hasta la Rumorosa y deseo de todo corazón que trabajemos juntos. No vengo a cambiar el mundo, pero si vengo hacer lo que puedo por el mundo junto con todos ustedes.

Puedo decir que aquí tienes un amigo, un hermano y aunque de pronto se escuche jerárquico, tienes a un pastor que ha venido con la mejor de las intenciones; con la ilusión de ser esta mi primera comunidad que se me ha encomendado a mi cuidado. Pido perdón si la primera impresión no ha sido la que tu esperabas, o si he dicho algo que atente de pronto contra tu corazón, pero en verdad nunca he pronunciado palabra con la finalidad de molestarte, eso sí, creo que la fe debe cuestionarnos e inquietarnos, incluso de incomodarnos. Debemos despertar: si hacías las cosas mal, puedes ser mejor, si hacías las cosas bien, pues puedes ser santo. Por ello, las letras que escribo no son solo para nosotros, es para quien quiera leerlas. Deseo que se conozca a la Rumorosa, no solo por su impresionante “cuesta”, o su gran variedad de gastronomía, no solo por lugares maravillosos para descansar; que no seamos famosos solo por las cosas malas que pudieran pasar por aquí, como en cualquier parte del mundo.

Me gustaría soñar que este poblado evocará al pueblo de Asís, “la ciudad de la paz”, o tal vez a las palabras de los Hechos de los Apóstoles con las que se definían a los primeros cristianos: “Miren como se aman". Cantan por allí: “soñar no cuesta nada”. Es verdad, quizá yo no sea un Francisco de Asís y quizá nuestro terruño no se parezca a aquel pueblecillo en medio de la montaña, pero tenemos un mismo Padre, un mismo Hijo y un mismo Espíritu Santo, tenemos la misma Madre y somos la misma Iglesia, tenemos la misma Palabra que iluminó a los más grandes santos y que busca ahora iluminarnos e inspirarnos a nosotros. Pues bien, sigamos soñando y empecemos a trabajar para forjar la Iglesia de los “lugares altos”, porque en el Cielo cabemos más de los que nos imaginamos y lugar existe para todos, solo es cuestión de trabajar por llevar a los más que podamos junto con nosotros a la casa de nuestro Padre, ¿me ayudas?

    “La familia que reza unida permanece unida, un mundo que reza es un mundo de paz”.

 

Pbro. Alexis Gándara Tiznado

Rector

jueves, 10 de junio de 2021

¿Para qué sirven los curas?

 

Tengo algunos días pensando en lo maravilloso que es poder celebrar la Santa Misa, puedo decir con toda verdad y si me lo permiten con toda sencillez, que disfruto mucho cada celebración que el Señor me ha concedido ofrecer en su servicio.

El gusto por la Santa Misa nació, tengo que reconocerlo, no exactamente de la teología maravillosa que de ella emana como fuente vivificante. Nada de esas cosas sabía yo cuando tenía 7 u 8 años de edad. Al principio iba simplemente porque tenía que ir, porque gracias Dios, mi madre entró en una etapa de conversión y de pronto todos, sin falta, teníamos que asistir los domingos a la Misa de 8 de la mañana. Sin embargo, algo había en aquel sacerdote de mi comunidad. Ciertamente algo de historia había acontecido meses antes con él, que hizo que mi madre se acercara un poco más a la Iglesia. El padre era elegante, y según las señoras de muy buen parecido, y les confieso que también a mí me lo parecía.

            Más allá de esos detalles, realmente había algo en él más profundo, quizá por la falta de conocimiento de las cosas santas, o a lo mejor porque realmente así vivía este sacerdote guapetón la Sagrada Eucaristía, mi corazón de niño se emocionaba tanto al verlo proclamar el Evangelio, predicar con sencillez y profundidad, y  sobre todo, al contemplar el  momento en el que consagraba el pan y el vino. Una vez hasta le conté el tiempo con un relojito casio que mi madre me había traído de regalo cuando regresó de sepultar a mi abuela (acontecimiento fundante de mi fe y mi sacerdocio). Siete minutos duró la consagración, yo hasta ahora no sé si es mucho o poco, no sé cuánto debe de tardar un momento tan importante como lo es el fundamento de nuestra fe, pero lo que sí sé, es que en esos siete minutos habituales que se tomaba para hacer vida semejante misterio, parecía como si el mundo se detuviera, como si en ese momento no hubiera otra cosa más importante por la cual merecería la pena permanecer siete minutos o más, completamente concentrado en semejante actualización del misterio de Cristo hecho pan y vino.

            Y les cuento esto, porque así como me siento en esto días profundamente afortunado por poder intentar celebrar con la misma dignidad la Eucaristía, también me he preguntado muy a menudo: ¿para qué servimos los curas? Estoy a un mes más o menos de celebrar mis primeros 6 años de sacerdote. Dice el buen dicho: “por sus frutos serán conocidos”, y no les voy a mentir, me siento profundamente amado en primer lugar por Dios y en Dios por mis comunidades donde he podido estar, aunque algunos arroces negros me han tocado y calado también profundamente. No me voy a quejar, pero sí mi cuestión toma cada día más fuerza. ¿Para qué servimos los sacerdotes? Sé que no faltan las respuestas bonitas, y también sé que de buena fe habrá quién nos eche alguna que otra florecilla.

Pero realmente ¿para qué servimos? Hoy ¿quién soporta una Misa que exceda más de una hora?; ¿Quién siente gozo de saber que su hijo quiere ser sacerdote? ¿Quién quiere vernos en la televisión o dando nuestra opinión en algún tema de trascendía moral? No podemos opinar públicamente (aunque algunos lo hagamos) sobre convicciones políticas, y peor si nuestras convicciones no van de acuerdo a la de algunos de nuestros feligreses, y quizá, la pregunta más importante es, de los que nos escuchan, ¿Cuántos realmente hacen caso de nuestra predicación? ¿Cuántos se van convencidos de que se puede ser mejor, o de que Dios está vivo y que hay que anunciarlo? No es que este desanimado, pero veo con tristeza como la fe a veces no ilumina, la esperanza ya no alienta, y la caridad ya no inflama. Somos los “católicos” los que pedimos aborto, eutanasia, pena de muerte, somos nosotros los corruptos, y muchas veces los violentos, orantes egoístas que sólo pedimos por nosotros mismos o sólo por los nuestros.

Hace unos días al señor presidente de mí país (México) le preguntaron que si era católico, y gracias a Dios dijo que no, dijo un discurso muy bello sobre Jesús, eso sí, pero curiosamente a unos días antes de las elecciones, y al decir esto saben a lo que me refiero, usar a Jesús, para parecer bueno. Lo que si creo que  es bueno, es que diga que no es católico, no porque un “católico” pudiera hacer las cosas mejor, ¡cuánta deuda tienen los políticos “católicos” con Dios y nuestro pueblo! Sin embargo creo que el problema es mayor, no es sólo cuestión de credos o convicciones, creo que si el mundo está como esta, es por culpa de nosotros los curas, por celebrar muchas veces sin fe, predicar sin esperanza y no practicar la caridad, haciendo que los que se dicen católicos, sean más fieles de las “mañaneras mesiánicas” que de la Misa diaria. Aunque sé que existen curas ejemplares y santos, cuanta falta nos hace escucharlos y que nos orienten, y que nos digan con su testimonio, para qué sirven los curas. 

 Padre Alexis Gándara Tiznado

martes, 28 de julio de 2020

El aborto en las redes...


En estos últimos días, tal y como estamos viendo, el tema del aborto ha cobrado fuerza. En redes sociales (al menos en las mías), han apareció (gracias a Dios) cientos de post en favor de la vida. Sin embargo, no es tarea fácil hacer conciencia de lo terrible que es el aborto y lo que supone de fondo. Aunado a esto, la desinformación que existe sobre el tema y lo visceral que pueden mostrarse los bandos a la hora de confrontarse, dejan un sabor de insatisfacción al observar los argumentos que apoyan dicho tema, y más desde mi caso que me pronuncio próvida, sobre los argumentos que se dan en contra del aborto.

Las confrontaciones a veces son un tanto vulgares.  Desde los que están a favor, como en contra, llegan a mostrar argumentos que lejos de buscar dar razón justa de lo que creen y sugieren, caen en el juego de ridiculizar al otro, y en el peor de los casos, lastimar con cualquier argumento a quién no piensa como uno quisiera.

Umberto Eco hace algo de tiempo estaba espantado con esto de los medios de comunicación. Ya que profetizaba que estos medios, darían la oportunidad de dar su opinión a una legión de idiotas; tal es el caso, que aquí me tienen dando también mi punto de vista. Y ojo, no le estoy diciendo idiota a un bando u otro sobre el tema que nos ocupa. Considero que Eco tenía razón, porque desgraciadamente son pocos los que a la hora de opinar verdaderamente reflexionan sobre sus palabras. A nuestras nuevas generaciones se les ha hecho creer que su opinión es tan valiosa aun sin haber leído tres páginas seguidas sobre algún tema, y que solo por el hecho de no pensar igual que el otro, ya se puede debatir sin más. En verdad crear conciencia en nuestros grupos de jóvenes sobre el tema, necesitará mas que un par de guitarras y cantitos bonitos.

Por ello, lo que ahora escribo, no busca más que ser una invitación a todo aquel que quiere expresarse en un tema tan delicado. ¿Por qué el aborto es un tema difícil? Porque desgraciadamente es un tema que tiene que ver siempre con sufrimiento, tanto del que lo sufre en carne propia (el niño asesinado) como quienes los practican (las mamás de esos niños asesinados). Si bien en un momento estas mujeres que han sufrido el drama de un embarazo no deseado, sea por descuido o por violación, buscan alivio en el aborto, tristemente terminan sufriendo más al paso de los años. Se busca eliminar a toda costa el sufrimiento temporal, que no se piensa a largo plazo. Bien se dice que en momentos de crisis no es bueno tomar decisiones, y menos cuando se tiene un plazo de tres meses o más, según la legislación acomode, para que esta decisión sea “legal”.

No me imagino la presión que han de sentir estas pobres mujeres, y más cuando por todos lados se les quiere hacer conciencia de que ellas son dueñas de sus cuerpos, y que no tienen por qué sufrir. Y aclarémoslo, desde hace unos años para acá, el tener hijos es considerado signo de sufrimiento, ya que atenta tanto a la propia libertad, como en el sentido económico. Si casarse es algo temerario, traer hijos al mundo lo es aun mas. Se ha esforzado el mundo por hablar de sexo, pero no de las consecuencias de éste. Tener hijos no es algo rentable para los habitantes del mundo moderno. Y no sólo en los adolescentes con libido precoz y tempranero. Conozco a varios matrimonios “por la Iglesia”, que eso de tener hijos, no es prioridad y se ha de posponer lo más que se pueda. La estampida del egoísmo afecta tanto a creyentes como no creyentes.

Sumemos a esto que nuestra generación es una generación que no sabe sufrir. Desde luego que a ninguna generación le gusta sufrir, al menos en un ambiente sano el sufrimiento no es algo querido. Y lo que le cuesta entender a nuestra generación es que, aunque no nos guste sufrir, eso no significa que el sufrimiento valla a pasar de largo. El sufrimiento llega, y para sanarlo, no se puede recurrir a salidas fáciles. Recuerdo aquellos spots televisivos de cierta congregación religiosa que tiene como lema “pare de sufrir”, como si el ser cristiano, estuviera peleado con el sufrimiento, se olvida que, si existe la esperanza, es porque existe la desesperanza; si existe el alivio, es porque existe el dolor. Fórmulas de pronto incomprensibles pero reales. Es sorprendente la capacidad que tienen nuestros jóvenes de formular soluciones rápidas:

Si eres violada y quedas embarazada: Aborta

Si eres inexperta y no quieres traer a sufrir una criatura inocente al mundo: Aborta.

Si no quieres abortar: da en adopción.

¡Oh que dilema! los niños en un orfanato sufren y merecen una familia: pues que las parejas homosexuales o lesbianas puedan adoptar y se acabó el problema.

Y así, las soluciones parecen siempre estar en la palma de la mano. Buscado con esto de los sufrimientos el que se cree que es menor. ¿En dónde está el valor del sacrificio y la capacidad de dar la vida por el otro? ¿Cuándo nuestra sociedad entendió que si algo estorba tenemos que aniquilarlo o hacerlo embonar a la fuerza?

Debemos de entender algo, tener razones no significa tener la Razón. Creer que el amor lo permite todo es una falacia, cuando lo que predomina es el egoísmo disfrazado de “amor propio”. No quiero por ahora tocar el tema del matrimonio en parejas del mismo sexo, pero tristemente son temas que van de la mano, y que a la hora de abordarlos podemos caer de la estupidez a la locura o viceversa.

Un mundo que no ama a Dios, y no le hace caso, o aún peor, que quiere hacer un Dios a la medida, no puede aspirar a nada bueno. Hoy Dios es visto con un ser benévolo, capaz de respetar aquello que nosotros creemos que es amor, pero se nos olvida algo: el verdadero amor que Dios nos ha enseñado, se dona, no destruye.; da la vida, no la quita. El verdadero amor se funda en la verdad y no un en marco de mentiras bonitas y sentimentales.

Por ello, demos razón de nuestras creencias, desde la razón y el corazón. Entendamos que la violencia por desgracia tiene bastante terreno ganado. Y que exponer con violencia nuestro punto de vista, no hace otra cosa que generar más dolor del que ya existe. Suficiente ganancia será entender que ambos bandos tenemos razones, pero cuando está de por medio la vida humana, no podemos de ningún modo, guardar silencio. Ya que como decía a madre Teresa de Calcuta: si no defendemos la vida desde el seno de la madre, entonces ¿Qué impedirá que nos matemos los unos a los otros? Ojalá lo entiendan nuestros jóvenes. Dios es amor, pero también es justo. Y en su justicia pronuncia sentencia. El mandamiento es claro: No Matarás. Y aquel que odia a su hermano, ya ha cometido un asesinato en su corazón. Aplicando esto para ambos bandos. Mejor amémonos los unos a los otros como Dios y su hijo nos han amado, aun cuando de pronto, no podamos ponernos de acuerdo.

Pbro. Alexis Gándara Tiznado

 

 

 



lunes, 25 de septiembre de 2017

Un México De Esperanza, Un México Para Vivir

¨Como México
no hay dos¨

¡Qué distinto se ve mi país desde su centro! Yo que soy del norte, tijuanense de nacimiento y de corazón, fui enviado a esta gran ciudad capitalina, una realidad completamente distinta y desde luego nueva para mí. Llegué con miedo hace un par de meses; fueron muchas las advertencias antes de venirme: “¡cuídate mucho!” “¡no saques el celular en el metro!” “¡cartera siempre al frente de tu pantalón!” “¡no salgas sólo!  Otras y otras tantas que, al llegar a esta ciudad, retumbaban en mi cabeza como si un martillo me golpeara cada vez que tenía que
 salir a algún lugar.

No se puede negar la violencia, es cierto. Alguna vez, en un sermón, les decía precisamente a los fieles de una comunidad, que en el mundo éramos mucho más los buenos que los malos. Al salir, una señora me dijo: “Sí, padre, tiene razón, sólo que los malos salen más seguido y los buenos se esconden muy a menudo ¡cuídese!”. Triste para mí, pues al parecer no fue muy convincente mi reflexión.

Pero llegó un 19 de septiembre a cambiarlo todo. Por lo menos hasta ahora. No es noticia nueva lo del sismo acontecido ese día a la una y pico de la tarde. Un día de conmemoración luctuosa por aquel sismo del mismísimo 19 de septiembre, pero del año 85 que fue terrible para nuestro país; consecuencias que ahora este hermano menor, después de 32 años, terminó por destruir aquello que su hermano mayor dejó a medias.

¡Cuánto dolor y miedo sembrado en unos cuantos segundos de destrucción! No es fácil describirlo sin sentir algo extraño en el alma y en la piel: polvo, ruinas, gritos, muertos y desastre. Las historias nos las han ido contando poco a poco y para rematarlo, bienvenidas las malas noticias: ¡políticos no ayudan! ¡partidos políticos se niegan a dar dinero! ¡nuestro presidente posa para la foto! ¡que el Papa Francisco sólo donó 150 000 dólares! y otras más que provocan hacer de este escenario de dolor, uno todavía más insoportable.

Pero gracias a Dios, México sigue de pie. Y sigue de pie, porque si bien es cierto que los buenos se esconden muy a menudo, también es cierto que salen cuando tienen que salir. Que no importa raza, sexo, condición social ni religión. Que ante el dolor y como lo he expresado antes, sabemos realmente de qué estamos hechos.

A partir del 19 de septiembre, nos dimos cuenta que México es más grande de lo que muchos piensan (incluyéndonos nosotros mismos), que, si bien es cierto que no tenemos orden para entrar o salir del vagón del metro, tenemos dos manos dispuestas a dar y ayudar a aquel hermano que, aún sin conocerlo, necesita de nuestra ayuda. Que si hubo quien se aprovechó (y que se seguirá aprovechando de la situación) son muchos más lo que utilizaron estos momentos para hacer en medio del caos, un “cielito lindo” de contrabando de amor, de todas las partes de nuestro país.

Este terremoto nos enseñó que, para ayudar, no se necesita tener mucho, sino dar lo que se puede con todo el corazón, que no se necesita tampoco una camioneta “todo terreno”, sino nuestros pies, manos o silla de ruedas dispuestos a ir a donde sabemos que está aquél que necesita ayuda. Nos enseñó que no somos una generación de idiotas con celulares súper inteligentes, sino que somos una nación capaz de rascar el suelo y levantar escombro con nuestras propias uñas.

Como vemos, el terremoto no sólo vino a destruir. El mal sin darse cuenta, y muy probablemente sin quererlo, lejos de derrumbarnos, nos hizo más fuertes; lejos de darnos culpables, nos dio literalmente, miles y miles de héroes sin capa. No nos convertimos en buenos, sino que ahora, simplemente se hicieron notar esos muchísimos, hombres y mujeres que ya lo eran y a que, a diario, en su vida cotidiana, no permiten que este mundo se caiga a pedazos. Hoy nuestros jóvenes, incluso hasta los más bajos en calificaciones, se han apuntado un diez en el cielo por su valiosa generosidad y valentía. Es mucho lo que tenemos que aprender y corregir a partir de esta experiencia, pero el estar unidos, es por ahora la mayor de las ganancias.

Hoy veo a mi México muy distinto al de cuando llegué, un México de esperanza. Tal vez llegue un día en que me roben el celular o la cartera; tal vez haya alguien que me meta un susto por allí, sin embargo, jamás podrán robarme el hermoso regalo que he recibido en estos gloriosos días de septiembre, nuestro mes patrio, hoy, en toda la extensión de la palabra.

Son muchos los que sufren, es cierto. Nuestra oración y condolencias para ellos. Estén seguros que somos muchos, los que unidos podemos consolarlos. La muerte de aquellos hombres, mujeres, niños y niñas a causa de este incidente, nos tiene que ayudar a ser mejores. Estos hermanos que yacieron en los escombros, tienen que ser los cimientos de una verdadera y nueva sociedad mexicana. Tal vez no logramos rescatar a todos, pero ellos si nos pueden rescatar a nosotros. Ellos desde el cielo, nos pueden dar con la ayuda de Dios, un México diferente, un nuevo México para vivir.



 Pbro. Alexis Gándara Tiznado 

miércoles, 15 de abril de 2015

Limpiar la puerta, en vez de cerrarla

He decidió hacer este pequeño escrito inspirado en una triste historia que me acaban de contar unos amigos a los cuales quiero y aprecio bastante, ellos, al igual que cientos de personas que habitan en esta ciudad de Tijuana, han sufrido la triste experiencia de llegar a su casa y encontrarla no exactamente con el mismo número de cosas que tenían antes de salir de ella, alguien de nombre desconocido y con no muy buenas intenciones, entró cuando no había nadie y tomó algunas pertenecías que no eran precisamente de él. Este alguien podemos llamarle simplemente ladrón, que hoy sin duda, el ser ladrón pudiera considerarse como una de las actividades  más decentes dentro de las actividades delictivas, ya que gracias a Dios, para mis amigos es sólo un ladrón y no un asesino.  

Pudiéramos hacer una lista de todo lo que se ha llevado, sin duda encontraríamos muchas cosas de valor en la lista: un poco de oro, uno que otro aparato electrodoméstico, etc. Pero tristemente, se ha llevado algo de ellos que muy pocos logran tener y conservar, la paz. Mis amigos han tenido que reforzar su casa, cerrar con el mayor número de candados posibles, y con ello también han tenido que cerrar su corazón.  Ahora al salir tienen que pensarla dos veces, el salir en familia es muy difícil, alguien tiene que cuidar la casa. No es que se sobrevalore lo material, sino que todo lo que se tiene se ha logrado con esfuerzo y cansancio, y si le sumamos la crisis, el cuidar las cosas más que ambición, es necesidad.

En suma; delincuencia y crisis dan en total desconfianza, el ladrón más que cosas, se ha llevado la confianza, un mundo sin confianza, sin paz, es un infierno y al vivir en un infierno, la posibilidad de encontrar la paz que se ha perdido es completamente imposible.  ¡Esto es algo que me cuesta reconocer! ¡Siempre he creído en el hombre, y he buscado mil palabras para buscar que nosotros los hombres, creamos en nosotros, los mismos hombres! Es bien cierto que no se nos pide cambiar al mundo, sería injusto encontrarnos con un Dios que nos exigiera cambiar a todo el mundo con nuestras propias capacidades.

¿Y qué hacer? ¿Debemos tirar la toalla?, ¿O tal vez  debamos esperar a que alguien más la tire por nosotros? Cuantas veces esperamos a que alguien venga y nos diga: “hiciste lo que pudiste”, y con ello, queremos darle la vuelta a la situación con la que se luchaba. Lo que en verdad se nos pide es que a toda costa y sobre toda contrariedad posible, nunca perdamos ni nos dejemos robar la esperanza.  Podrán quitarnos la ropa, las joyas, el auto, pero lo que no nos pueden quitar es la esperanza. El Papa Benedicto XVI, en su segunda Carta Encíclica titulada “ Spe Salvi” ( Salvados en la Esperanza), nos dice que la esperanza cristiana, la verdadera esperanza cristiana, consiste en esperar aun cuando ya no hay nada en que esperar, aun cuando todo se ha agotado, saber que Dios no nos deja. Los cristianos debemos reconocer que esta sociedad actual no es nuestro ideal; sino que pertenecemos a una sociedad nueva, hacia la cual estamos en camino y que es anticipada en cada uno de los que guardamos la esperanza.

Ya nuestro Señor Jesús nos lo decía: “si te quitan el manto, dales también la túnica” y no porque quisiera el Señor demostrar inferioridad, sino que al momento de quitarme el manto, me puedes quitar lo material, pero yo al darte la túnica, recupero la esperanza en ti, recordarme  que eres humano y que te equivocas, pero también que puedes cambiar, y que yo, a pesar de tu maldad puedo hacer el bien aunque sus frutos no los vea inmediatamente. El mal actual nos tiene que ayudar a ser más fuertes, necesitamos aprender de él, porque él es quien nos dice quiénes somos en realidad, una vez que estamos en el suelo sabemos de qué estamos hechos, pero si logramos levantarnos, entonces y sólo así, sabremos que somos más de lo que en realidad pensábamos ser. El dejarse vencer y estarse quejando de que son muchas las cosas que nos abruman no es el papel del hombre, lo mejor es ver todas las herramientas que tenemos para salir adelante.

Por eso es que siempre me niego a escribir sobre lo miserable que puede llegar a ser el hombre, y no porque quiera cerrar los ojos y no ver la realidad, pero creo que ya tenemos suficiente con lo que los distintos medios nos advierten. En lo personal, creo que antes de tratar de cambiar el mundo, debemos buscar cambiar primero nuestro propio corazón, limpiar  la entrada a la puerta de nuestra casa en vez de reforzarla con mil cerrojos. Porque han de saber que lo que da la verdadera paz, no es lo que lo que nos protege, sino lo que podemos dar;  saber que una palmada en la espalda puede llegar a cambiar con mucha más eficacia el corazón del hombre, que mil golpes en su cara. Que una mano sumada a otra pueden hacer grandes cosas.

Un ejemplo vivo lo encontramos en los jóvenes, son ellos quienes pueden hacer la diferencia en este mundo,  ellos son los que  arden en un deseo por un mundo justo, en un mundo más humano, más perfecto.  Pero al ser una sociedad tan individualista, surgen preguntas fuertes: ¿Cómo dar mi vida por otros? ¿Vale la pena sacrificarse por un mundo aparentemente tan perdido? ¿Vale la pena estudiar con esmero en una sociedad tan egoísta y corrupta, donde sé que difícilmente encontrare un lugar donde desempeñarme decentemente?

Cada una de estas preguntas resuenan más de una vez en cada corazón de los jóvenes, y por ello tenemos la necesidad de demostrarles que ¡si vale la pena!, que el mundo necesita de jóvenes valientes, entregados y generosos.  Decirles que el mundo necesita de su valor juvenil, decirles que el mundo sabe; aunque no lo reconozca, que los necesita, que necesita de una entrega  generosa, de un amor puro e incondicionado.


Porque qué fácil es decir que el mundo es una porquería, y más fácil es el gritarlo una y otra  y otra vez,  pero intentar darle una limpiadita desde nosotros mismos es difícil, ya que tal vez cuando nos muramos, el mundo seguirá siendo la misma "porquería", pero que gracias a nosotros, esa porquería será en cantidad menor, ya que se habrá limpiado con el jabón de la  esperanza.  La familia que reza unida permanece unida, un mundo que reza es un mundo de paz.
                          
P. Alexis Gándara Tiznado

miércoles, 8 de abril de 2015

La Tumba Vacía



Letra y Música: Luis Camacho Valera
   Intérpretes: Luis y Alejandra Camacho Valera

martes, 7 de abril de 2015

Resucitó Nuestra Fe y nuestra Esperanza

¿Cuantos de nosotros hemos sentido la gran tristeza de ver a un ser querido partir de nuestro lado, hacia lo que los creyentes llamamos a “una mejor vida”?  Desde luego que la muerte nos ha embargado a cada uno de nosotros más de alguna vez. En el caso de la muerte en la cruz de Cristo no fue la excepción. Nos narra el Evangelio que ante la muerte de Cristo hubo gran desconcierto entre sus propios discípulos. Ese día entre sus más cercanos seguidores y muchos que le habían conocido y amado; existieron lágrimas, tristeza, incertidumbre y amargura. Aún con todo y que el Maestro les había prevenido de distintas maneras que tendría que padecer para ser glorificado.

Una de las cosas más sorprendentes es el hecho de que ni siquiera pudieron darle una digna sepultura. Por ello las mujeres, el día de la resurrección, iban presurosas para dar un embalsamiento digno de su maestro. Es decir, su amor por él no había disminuido. Le amaban y querían que su sepultura fuera tal como él lo merecía. Como podemos ver, no había muerto el amor, el amor por su Maestro seguía vivo, ese amor les impulsaba incluso a mover (como Dios les diera a entender) la piedra que cubría el sepulcro. El amor estaba intacto, pero ¿qué tal su fe? ¿Acaso habían olvidado las enseñanzas del Maestro de que tenía que padecer pero resucitaría al tercer día? Los mismos discípulos de Emaús ya habían perdido su esperanza: “de eso ya han pasado tres días” le decían al acompañante misterioso. 

 

Muchas veces ante los acontecimientos dolorosos de nuestra vida, tal como la muerte de un ser querido, puede mover en nosotros las fibras más sensibles. El amor que le profesamos a dicha persona nos lleva incluso a caer en un estado de depresión tan grande, que este mismo amor se puede convertir en una amenaza para quien continua viviendo, pues se sabe ya que en nombre del “amor” se han incurrido en múltiples barbaridades. El amor y la fe van tan de la mano, así como muerte y resurrección; ya que la muerte sin resurrección no tiene nada de glorioso, y resurrección sin pasión y muerte, simplemente no tiene sentido. Por ello, ante el acontecimiento de la muerte de un ser amado, sólo la fe en Cristo resucitado puede enfocar correctamente ese amor que le seguimos teniendo, solamente desde esta fe, nuestro dolor puede convertirse en una verdadera esperanza y felicidad.

El acontecimiento de Cristo resucitado nos debe interpelar a cada uno de nosotros. Es y debe ser una esperanza continua, una alegría sin fin el saber que la muerte no tiene la última palabra, sino Cristo que es la Palabra, tiene la eternidad dispuesta para quien sabe encaminar este amor por nuestros fieles difuntos desde la fe. Si nosotros los creyentes entendiéramos que la resurrección de Cristo tiene que ver más con nosotros de lo que nosotros mismos creemos, la muerte aunque amarga, sería como lo dice aquel poema de José Luis Martín Descalzo:

 

Morir solo es morir, Morir se acaba,

Morir es abrir una puerta a la deriva

Y al abrirla, encontrar, lo que tanto se buscaba.


La familia que reza unida permanece unida, un mundo que reza es un mundo de paz.

P. Alexis Gándara Tiznado