He decidió hacer este pequeño escrito inspirado en una triste
historia que me acaban de contar unos amigos a los cuales quiero y aprecio
bastante, ellos, al igual que cientos de personas que habitan en esta ciudad de
Tijuana, han sufrido la triste experiencia de llegar a su casa y encontrarla no
exactamente con el mismo número de cosas que tenían antes de salir de ella,
alguien de nombre desconocido y con no muy buenas intenciones, entró cuando no
había nadie y tomó algunas pertenecías que no eran precisamente de él. Este
alguien podemos llamarle simplemente ladrón, que hoy sin duda, el ser ladrón
pudiera considerarse como una de las actividades más decentes dentro de las actividades
delictivas, ya que gracias a Dios, para mis amigos es sólo un ladrón y no un
asesino.
Pudiéramos hacer una lista de
todo lo que se ha llevado, sin duda encontraríamos muchas cosas de valor en la
lista: un poco de oro, uno que otro aparato electrodoméstico, etc. Pero
tristemente, se ha llevado algo de ellos que muy pocos logran tener y
conservar, la paz. Mis amigos han tenido que reforzar su casa, cerrar con el
mayor número de candados posibles, y con ello también han tenido que cerrar su
corazón. Ahora al salir tienen que
pensarla dos veces, el salir en familia es muy difícil, alguien tiene que
cuidar la casa. No es que se sobrevalore lo material, sino que todo lo que se
tiene se ha logrado con esfuerzo y cansancio, y si le sumamos la crisis, el cuidar
las cosas más que ambición, es necesidad.
En suma; delincuencia y crisis dan en total desconfianza, el ladrón más
que cosas, se ha llevado la confianza, un mundo sin confianza, sin paz, es un
infierno y al vivir en un infierno, la posibilidad de encontrar la paz que se
ha perdido es completamente imposible. ¡Esto
es algo que me cuesta reconocer! ¡Siempre he creído en el hombre, y he buscado
mil palabras para buscar que nosotros los hombres, creamos en nosotros, los
mismos hombres! Es bien cierto que no se nos pide cambiar al mundo, sería
injusto encontrarnos con un Dios que nos exigiera cambiar a todo el mundo con
nuestras propias capacidades.
¿Y qué hacer? ¿Debemos tirar la toalla?, ¿O tal vez debamos esperar a que alguien más la tire por
nosotros? Cuantas veces esperamos a que alguien venga y nos diga: “hiciste lo
que pudiste”, y con ello, queremos darle la vuelta a la situación con la que se
luchaba. Lo que en verdad se nos pide es que a toda costa y sobre toda
contrariedad posible, nunca perdamos ni nos dejemos robar la esperanza. Podrán quitarnos la ropa, las joyas, el auto,
pero lo que no nos pueden quitar es la esperanza. El Papa Benedicto XVI, en su
segunda Carta Encíclica titulada “ Spe Salvi” ( Salvados en la Esperanza), nos
dice que la esperanza cristiana, la verdadera esperanza cristiana, consiste en
esperar aun cuando ya no hay nada en que esperar, aun cuando todo se ha
agotado, saber que Dios no nos deja. Los cristianos debemos reconocer que esta
sociedad actual no es nuestro ideal; sino que pertenecemos a una sociedad
nueva, hacia la cual estamos en camino y que es anticipada en cada uno de los
que guardamos la esperanza.
Ya nuestro Señor Jesús nos lo decía: “si te quitan el manto, dales
también la túnica” y no porque quisiera el Señor demostrar inferioridad, sino
que al momento de quitarme el manto, me puedes quitar lo material, pero yo al
darte la túnica, recupero la esperanza en ti, recordarme que eres humano y que te equivocas, pero
también que puedes cambiar, y que yo, a pesar de tu maldad puedo hacer el bien
aunque sus frutos no los vea inmediatamente. El mal actual nos tiene que ayudar
a ser más fuertes, necesitamos aprender de él, porque él es quien nos dice
quiénes somos en realidad, una vez que estamos en el suelo sabemos de qué
estamos hechos, pero si logramos levantarnos, entonces y sólo así, sabremos que
somos más de lo que en realidad pensábamos ser. El dejarse vencer y estarse
quejando de que son muchas las cosas que nos abruman no es el papel del hombre,
lo mejor es ver todas las herramientas que tenemos para salir adelante.
Por eso es que siempre me niego a escribir sobre lo miserable que
puede llegar a ser el hombre, y no porque quiera cerrar los ojos y no ver la
realidad, pero creo que ya tenemos suficiente con lo que los distintos medios
nos advierten. En lo personal, creo que antes de tratar de cambiar el mundo, debemos
buscar cambiar primero nuestro propio corazón, limpiar la entrada a la puerta de nuestra casa en vez
de reforzarla con mil cerrojos. Porque han de saber que lo que da la verdadera
paz, no es lo que lo que nos protege, sino lo que podemos dar; saber que una palmada en la espalda puede
llegar a cambiar con mucha más eficacia el corazón del hombre, que mil golpes
en su cara. Que una mano sumada a otra pueden hacer grandes cosas.
Un ejemplo vivo lo encontramos en los jóvenes, son ellos quienes
pueden hacer la diferencia en este mundo, ellos son los que arden en un deseo por un mundo justo, en un
mundo más humano, más perfecto. Pero al
ser una sociedad tan individualista, surgen preguntas fuertes: ¿Cómo dar mi
vida por otros? ¿Vale la pena sacrificarse por un mundo aparentemente tan
perdido? ¿Vale la pena estudiar con esmero en una sociedad tan egoísta y
corrupta, donde sé que difícilmente encontrare un lugar donde desempeñarme
decentemente?
Cada una de estas preguntas resuenan más de una vez en cada corazón
de los jóvenes, y por ello tenemos la necesidad de demostrarles que ¡si vale la
pena!, que el mundo necesita de jóvenes valientes, entregados y generosos. Decirles que el mundo necesita de su valor
juvenil, decirles que el mundo sabe; aunque no lo reconozca, que los necesita,
que necesita de una entrega generosa, de
un amor puro e incondicionado.
Porque qué fácil es decir que el mundo es una porquería, y más fácil
es el gritarlo una y otra y otra
vez, pero intentar darle una limpiadita
desde nosotros mismos es difícil, ya que tal vez cuando nos muramos, el mundo
seguirá siendo la misma "porquería", pero que gracias a nosotros, esa porquería
será en cantidad menor, ya que se habrá limpiado con el jabón de la esperanza.
La familia que reza unida permanece unida, un mundo que reza es un mundo
de paz.
P. Alexis Gándara Tiznado
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