martes, 7 de abril de 2015

Resucitó Nuestra Fe y nuestra Esperanza

¿Cuantos de nosotros hemos sentido la gran tristeza de ver a un ser querido partir de nuestro lado, hacia lo que los creyentes llamamos a “una mejor vida”?  Desde luego que la muerte nos ha embargado a cada uno de nosotros más de alguna vez. En el caso de la muerte en la cruz de Cristo no fue la excepción. Nos narra el Evangelio que ante la muerte de Cristo hubo gran desconcierto entre sus propios discípulos. Ese día entre sus más cercanos seguidores y muchos que le habían conocido y amado; existieron lágrimas, tristeza, incertidumbre y amargura. Aún con todo y que el Maestro les había prevenido de distintas maneras que tendría que padecer para ser glorificado.

Una de las cosas más sorprendentes es el hecho de que ni siquiera pudieron darle una digna sepultura. Por ello las mujeres, el día de la resurrección, iban presurosas para dar un embalsamiento digno de su maestro. Es decir, su amor por él no había disminuido. Le amaban y querían que su sepultura fuera tal como él lo merecía. Como podemos ver, no había muerto el amor, el amor por su Maestro seguía vivo, ese amor les impulsaba incluso a mover (como Dios les diera a entender) la piedra que cubría el sepulcro. El amor estaba intacto, pero ¿qué tal su fe? ¿Acaso habían olvidado las enseñanzas del Maestro de que tenía que padecer pero resucitaría al tercer día? Los mismos discípulos de Emaús ya habían perdido su esperanza: “de eso ya han pasado tres días” le decían al acompañante misterioso. 

 

Muchas veces ante los acontecimientos dolorosos de nuestra vida, tal como la muerte de un ser querido, puede mover en nosotros las fibras más sensibles. El amor que le profesamos a dicha persona nos lleva incluso a caer en un estado de depresión tan grande, que este mismo amor se puede convertir en una amenaza para quien continua viviendo, pues se sabe ya que en nombre del “amor” se han incurrido en múltiples barbaridades. El amor y la fe van tan de la mano, así como muerte y resurrección; ya que la muerte sin resurrección no tiene nada de glorioso, y resurrección sin pasión y muerte, simplemente no tiene sentido. Por ello, ante el acontecimiento de la muerte de un ser amado, sólo la fe en Cristo resucitado puede enfocar correctamente ese amor que le seguimos teniendo, solamente desde esta fe, nuestro dolor puede convertirse en una verdadera esperanza y felicidad.

El acontecimiento de Cristo resucitado nos debe interpelar a cada uno de nosotros. Es y debe ser una esperanza continua, una alegría sin fin el saber que la muerte no tiene la última palabra, sino Cristo que es la Palabra, tiene la eternidad dispuesta para quien sabe encaminar este amor por nuestros fieles difuntos desde la fe. Si nosotros los creyentes entendiéramos que la resurrección de Cristo tiene que ver más con nosotros de lo que nosotros mismos creemos, la muerte aunque amarga, sería como lo dice aquel poema de José Luis Martín Descalzo:

 

Morir solo es morir, Morir se acaba,

Morir es abrir una puerta a la deriva

Y al abrirla, encontrar, lo que tanto se buscaba.


La familia que reza unida permanece unida, un mundo que reza es un mundo de paz.

P. Alexis Gándara Tiznado

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