lunes, 25 de septiembre de 2017

Un México De Esperanza, Un México Para Vivir

¨Como México
no hay dos¨

¡Qué distinto se ve mi país desde su centro! Yo que soy del norte, tijuanense de nacimiento y de corazón, fui enviado a esta gran ciudad capitalina, una realidad completamente distinta y desde luego nueva para mí. Llegué con miedo hace un par de meses; fueron muchas las advertencias antes de venirme: “¡cuídate mucho!” “¡no saques el celular en el metro!” “¡cartera siempre al frente de tu pantalón!” “¡no salgas sólo!  Otras y otras tantas que, al llegar a esta ciudad, retumbaban en mi cabeza como si un martillo me golpeara cada vez que tenía que
 salir a algún lugar.

No se puede negar la violencia, es cierto. Alguna vez, en un sermón, les decía precisamente a los fieles de una comunidad, que en el mundo éramos mucho más los buenos que los malos. Al salir, una señora me dijo: “Sí, padre, tiene razón, sólo que los malos salen más seguido y los buenos se esconden muy a menudo ¡cuídese!”. Triste para mí, pues al parecer no fue muy convincente mi reflexión.

Pero llegó un 19 de septiembre a cambiarlo todo. Por lo menos hasta ahora. No es noticia nueva lo del sismo acontecido ese día a la una y pico de la tarde. Un día de conmemoración luctuosa por aquel sismo del mismísimo 19 de septiembre, pero del año 85 que fue terrible para nuestro país; consecuencias que ahora este hermano menor, después de 32 años, terminó por destruir aquello que su hermano mayor dejó a medias.

¡Cuánto dolor y miedo sembrado en unos cuantos segundos de destrucción! No es fácil describirlo sin sentir algo extraño en el alma y en la piel: polvo, ruinas, gritos, muertos y desastre. Las historias nos las han ido contando poco a poco y para rematarlo, bienvenidas las malas noticias: ¡políticos no ayudan! ¡partidos políticos se niegan a dar dinero! ¡nuestro presidente posa para la foto! ¡que el Papa Francisco sólo donó 150 000 dólares! y otras más que provocan hacer de este escenario de dolor, uno todavía más insoportable.

Pero gracias a Dios, México sigue de pie. Y sigue de pie, porque si bien es cierto que los buenos se esconden muy a menudo, también es cierto que salen cuando tienen que salir. Que no importa raza, sexo, condición social ni religión. Que ante el dolor y como lo he expresado antes, sabemos realmente de qué estamos hechos.

A partir del 19 de septiembre, nos dimos cuenta que México es más grande de lo que muchos piensan (incluyéndonos nosotros mismos), que, si bien es cierto que no tenemos orden para entrar o salir del vagón del metro, tenemos dos manos dispuestas a dar y ayudar a aquel hermano que, aún sin conocerlo, necesita de nuestra ayuda. Que si hubo quien se aprovechó (y que se seguirá aprovechando de la situación) son muchos más lo que utilizaron estos momentos para hacer en medio del caos, un “cielito lindo” de contrabando de amor, de todas las partes de nuestro país.

Este terremoto nos enseñó que, para ayudar, no se necesita tener mucho, sino dar lo que se puede con todo el corazón, que no se necesita tampoco una camioneta “todo terreno”, sino nuestros pies, manos o silla de ruedas dispuestos a ir a donde sabemos que está aquél que necesita ayuda. Nos enseñó que no somos una generación de idiotas con celulares súper inteligentes, sino que somos una nación capaz de rascar el suelo y levantar escombro con nuestras propias uñas.

Como vemos, el terremoto no sólo vino a destruir. El mal sin darse cuenta, y muy probablemente sin quererlo, lejos de derrumbarnos, nos hizo más fuertes; lejos de darnos culpables, nos dio literalmente, miles y miles de héroes sin capa. No nos convertimos en buenos, sino que ahora, simplemente se hicieron notar esos muchísimos, hombres y mujeres que ya lo eran y a que, a diario, en su vida cotidiana, no permiten que este mundo se caiga a pedazos. Hoy nuestros jóvenes, incluso hasta los más bajos en calificaciones, se han apuntado un diez en el cielo por su valiosa generosidad y valentía. Es mucho lo que tenemos que aprender y corregir a partir de esta experiencia, pero el estar unidos, es por ahora la mayor de las ganancias.

Hoy veo a mi México muy distinto al de cuando llegué, un México de esperanza. Tal vez llegue un día en que me roben el celular o la cartera; tal vez haya alguien que me meta un susto por allí, sin embargo, jamás podrán robarme el hermoso regalo que he recibido en estos gloriosos días de septiembre, nuestro mes patrio, hoy, en toda la extensión de la palabra.

Son muchos los que sufren, es cierto. Nuestra oración y condolencias para ellos. Estén seguros que somos muchos, los que unidos podemos consolarlos. La muerte de aquellos hombres, mujeres, niños y niñas a causa de este incidente, nos tiene que ayudar a ser mejores. Estos hermanos que yacieron en los escombros, tienen que ser los cimientos de una verdadera y nueva sociedad mexicana. Tal vez no logramos rescatar a todos, pero ellos si nos pueden rescatar a nosotros. Ellos desde el cielo, nos pueden dar con la ayuda de Dios, un México diferente, un nuevo México para vivir.



 Pbro. Alexis Gándara Tiznado