¨Como México no hay dos¨ |
¡Qué distinto se ve mi país desde su centro! Yo que soy del norte, tijuanense de nacimiento y de corazón, fui enviado a esta gran ciudad capitalina, una realidad completamente distinta y desde luego nueva para mí. Llegué con miedo hace un par de meses; fueron muchas las advertencias antes de venirme: “¡cuídate mucho!” “¡no saques el celular en el metro!” “¡cartera siempre al frente de tu pantalón!” “¡no salgas sólo! Otras y otras tantas que, al llegar a esta ciudad, retumbaban en mi cabeza como si un martillo me golpeara cada vez que tenía que salir a algún lugar.
No se puede negar la violencia, es cierto. Alguna vez,
en un sermón, les decía precisamente a los fieles de una comunidad, que en el
mundo éramos mucho más los buenos que los malos. Al salir, una señora me dijo: “Sí,
padre, tiene razón, sólo que los malos salen más seguido y los buenos se
esconden muy a menudo ¡cuídese!”. Triste para mí, pues al parecer no fue muy
convincente mi reflexión.
Pero llegó un 19 de septiembre a cambiarlo todo. Por
lo menos hasta ahora. No es noticia nueva lo del sismo acontecido ese día a la
una y pico de la tarde. Un día de conmemoración luctuosa por aquel sismo del
mismísimo 19 de septiembre, pero del año 85 que fue terrible para nuestro país;
consecuencias que ahora este hermano menor, después de 32 años, terminó por
destruir aquello que su hermano mayor dejó a medias.
¡Cuánto dolor y miedo sembrado en unos cuantos
segundos de destrucción! No es fácil describirlo sin sentir algo extraño en el
alma y en la piel: polvo, ruinas, gritos, muertos y desastre. Las historias nos
las han ido contando poco a poco y para rematarlo, bienvenidas las malas noticias:
¡políticos no ayudan! ¡partidos políticos se niegan a dar dinero! ¡nuestro presidente
posa para la foto! ¡que el Papa Francisco sólo donó 150 000 dólares! y otras
más que provocan hacer de este escenario de dolor, uno todavía más
insoportable.
Pero gracias a Dios, México sigue de pie. Y sigue de
pie, porque si bien es cierto que los buenos se esconden muy a menudo, también
es cierto que salen cuando tienen que salir. Que no importa raza, sexo,
condición social ni religión. Que ante el dolor y como lo he expresado antes,
sabemos realmente de qué estamos hechos.
A partir del 19 de septiembre, nos dimos cuenta que
México es más grande de lo que muchos piensan (incluyéndonos nosotros mismos),
que, si bien es cierto que no tenemos orden para entrar o salir del vagón del
metro, tenemos dos manos dispuestas a dar y ayudar a aquel hermano que, aún sin
conocerlo, necesita de nuestra ayuda. Que si hubo quien se aprovechó (y que se
seguirá aprovechando de la situación) son muchos más lo que utilizaron estos
momentos para hacer en medio del caos, un “cielito lindo” de contrabando de amor,
de todas las partes de nuestro país.
Este terremoto nos enseñó que, para ayudar, no se
necesita tener mucho, sino dar lo que se puede con todo el corazón, que no se
necesita tampoco una camioneta “todo terreno”, sino nuestros pies, manos o
silla de ruedas dispuestos a ir a donde sabemos que está aquél que necesita
ayuda. Nos enseñó que no somos una generación de idiotas con celulares súper
inteligentes, sino que somos una nación capaz de rascar el suelo y levantar
escombro con nuestras propias uñas.
Como vemos, el terremoto no sólo vino a destruir. El
mal sin darse cuenta, y muy probablemente sin quererlo, lejos de derrumbarnos,
nos hizo más fuertes; lejos de darnos culpables, nos dio literalmente, miles y
miles de héroes sin capa. No nos convertimos en buenos, sino que ahora,
simplemente se hicieron notar esos muchísimos, hombres y mujeres que ya lo eran
y a que, a diario, en su vida cotidiana, no permiten que este mundo se caiga a
pedazos. Hoy nuestros jóvenes, incluso hasta los más bajos en calificaciones,
se han apuntado un diez en el cielo por su valiosa generosidad y valentía. Es
mucho lo que tenemos que aprender y corregir a partir de esta experiencia, pero
el estar unidos, es por ahora la mayor de las ganancias.
Hoy veo a mi México muy distinto al de cuando llegué,
un México de esperanza. Tal vez llegue un día en que me roben el celular o la
cartera; tal vez haya alguien que me meta un susto por allí, sin embargo, jamás
podrán robarme el hermoso regalo que he recibido en estos gloriosos días de septiembre,
nuestro mes patrio, hoy, en toda la extensión de la palabra.
Son muchos los que sufren, es cierto. Nuestra oración
y condolencias para ellos. Estén seguros que somos muchos, los que unidos
podemos consolarlos. La muerte de aquellos hombres, mujeres, niños y niñas a
causa de este incidente, nos tiene que ayudar a ser mejores. Estos hermanos que
yacieron en los escombros, tienen que ser los cimientos de una verdadera y
nueva sociedad mexicana. Tal vez no logramos rescatar a todos, pero ellos si
nos pueden rescatar a nosotros. Ellos desde el cielo, nos pueden dar con la
ayuda de Dios, un México diferente, un nuevo México para vivir.
Pbro. Alexis Gándara Tiznado
Gracias padre. Muy ciertas todas sus palabras y si, lo q mas c hace notar en medio d está desgracia es la Unión y valentía d todos los mexicanos a pesar d no tener el apoyo del gobierno. Pero vontamos con todo el apoyo d Dios q eso es lo único q necesitamos. Ánimo y q sigan saliendo d su escondite los buenos. Dios lo bendiga... Y lo siga llenando d sabiduría para q nos la siga compartiendo. ��
ResponderEliminarUna voz honesta llena de vida,que nos hace retumbar sus palabras en cada persona que tiene el privilegio de escucharlo de conocerle.,y que inspira a hablar y actuar como debe ser,sin miedo y con mucha fe
ResponderEliminar