Tengo
algunos días pensando en lo maravilloso que es poder celebrar la Santa Misa,
puedo decir con toda verdad y si me lo permiten con toda sencillez, que
disfruto mucho cada celebración que el Señor me ha concedido ofrecer en su
servicio.
El gusto por la Santa Misa nació, tengo que
reconocerlo, no exactamente de la teología maravillosa que de ella emana como
fuente vivificante. Nada de esas cosas sabía yo cuando tenía 7 u 8 años de
edad. Al principio iba simplemente porque tenía que ir, porque gracias Dios, mi
madre entró en una etapa de conversión y de pronto todos, sin falta, teníamos
que asistir los domingos a la Misa de 8 de la mañana. Sin embargo, algo había
en aquel sacerdote de mi comunidad. Ciertamente algo de historia había
acontecido meses antes con él, que hizo que mi madre se acercara un poco más a
la Iglesia. El padre era elegante, y según las señoras de muy buen parecido, y
les confieso que también a mí me lo parecía.
Más allá de esos detalles, realmente
había algo en él más profundo, quizá por la falta de conocimiento de las cosas
santas, o a lo mejor porque realmente así vivía este sacerdote guapetón la
Sagrada Eucaristía, mi corazón de niño se emocionaba tanto al verlo proclamar
el Evangelio, predicar con sencillez y profundidad, y sobre todo, al contemplar
el momento en el que consagraba el pan y
el vino. Una vez hasta le conté el tiempo con un relojito casio que mi madre me
había traído de regalo cuando regresó de sepultar a mi abuela (acontecimiento
fundante de mi fe y mi sacerdocio). Siete minutos duró la consagración, yo
hasta ahora no sé si es mucho o poco, no sé cuánto debe de tardar un momento
tan importante como lo es el fundamento de nuestra fe, pero lo que sí sé, es
que en esos siete minutos habituales que se tomaba para hacer vida semejante
misterio, parecía como si el mundo se detuviera, como si en ese momento no
hubiera otra cosa más importante por la cual merecería la pena permanecer siete
minutos o más, completamente concentrado en semejante actualización del
misterio de Cristo hecho pan y vino.
Y les cuento esto, porque así como
me siento en esto días profundamente afortunado por poder intentar celebrar con
la misma dignidad la Eucaristía, también me he preguntado muy a menudo: ¿para qué
servimos los curas? Estoy a un mes más o menos de celebrar mis primeros 6 años
de sacerdote. Dice el buen dicho: “por sus frutos serán conocidos”, y no les
voy a mentir, me siento profundamente amado en primer lugar por Dios y en Dios
por mis comunidades donde he podido estar, aunque algunos arroces negros me han
tocado y calado también profundamente. No me voy a quejar, pero sí mi cuestión toma
cada día más fuerza. ¿Para qué servimos los sacerdotes? Sé que no faltan las
respuestas bonitas, y también sé que de buena fe habrá quién nos eche alguna
que otra florecilla.
Pero realmente ¿para qué servimos? Hoy ¿quién
soporta una Misa que exceda más de una hora?; ¿Quién siente gozo de saber que
su hijo quiere ser sacerdote? ¿Quién quiere vernos en la televisión o dando
nuestra opinión en algún tema de trascendía moral? No podemos opinar
públicamente (aunque algunos lo hagamos) sobre convicciones políticas, y peor
si nuestras convicciones no van de acuerdo a la de algunos de nuestros
feligreses, y quizá, la pregunta más importante es, de los que nos escuchan, ¿Cuántos
realmente hacen caso de nuestra predicación? ¿Cuántos se van convencidos de que
se puede ser mejor, o de que Dios está vivo y que hay que anunciarlo? No es que
este desanimado, pero veo con tristeza como la fe a veces no ilumina, la
esperanza ya no alienta, y la caridad ya no inflama. Somos los “católicos” los
que pedimos aborto, eutanasia, pena de muerte, somos nosotros los corruptos, y
muchas veces los violentos, orantes egoístas que sólo pedimos por nosotros
mismos o sólo por los nuestros.
Hace unos días al señor presidente de mí país
(México) le preguntaron que si era católico, y gracias a Dios dijo que no, dijo
un discurso muy bello sobre Jesús, eso sí, pero curiosamente a unos días antes
de las elecciones, y al decir esto saben a lo que me refiero, usar a Jesús,
para parecer bueno. Lo que si creo que es bueno, es que diga que no es católico, no porque un “católico” pudiera hacer las cosas
mejor, ¡cuánta deuda tienen los políticos “católicos” con Dios y nuestro
pueblo! Sin embargo creo que el problema es mayor, no es sólo cuestión de
credos o convicciones, creo que si el mundo está como esta, es por culpa de
nosotros los curas, por celebrar muchas veces sin fe, predicar sin esperanza y
no practicar la caridad, haciendo que los que se dicen católicos, sean más
fieles de las “mañaneras mesiánicas” que de la Misa diaria. Aunque sé que
existen curas ejemplares y santos, cuanta falta nos hace escucharlos y que nos
orienten, y que nos digan con su testimonio, para qué sirven los curas.
Padre Alexis Gándara Tiznado
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