miércoles, 1 de abril de 2015

Enemigos en el espejo

Te preguntaras amable lector de él porque de este título tan poco halagador para todos aquellos conciudadanos nuestros que gustan de alimentar su “egolatría” al mirarse una y otra vez en este singular objeto denominado espejo. Pero la verdad, después de meditar sobre que escribir y al ver la situación por la que atraviesa nuestra ciudad, creo que Dios me ha recordado algo que desde antes de escribir y reflexionar, ya lo tenía presente. Es el hecho de querer buscar una solución a cada uno de los problemas que enrojecen (en sentido literal) nuestras calles, avenidas y colonias. Ese enrojecer violento y exagerado que deja la sangre de inocentes y culpables, de ricos y pobres, pero que al final de cuenta, es sangre de personas.  

En algunos escritos que tenido la oportunidad de compartir con anterioridad, me he esforzado por demostrar que el ser humano es la obra por excelencia del Santo Creador, que a pesar de nuestra condición pecaminosa, somos lo más grande que existe sobre la tierra. Pero hoy creo que es necesario recordar que esa grandeza puede ser motivo de perdición. Saber que eso de ser grandes puede subírsenos a la cabeza y no pasar haciendo otra cosa que admirarnos a nosotros mismos, sin pensar en el otro.

Cierto que nos escandalizamos de muchas cosas: de la guerra, de los desastres naturales y un sinfín de situaciones que intimidan nuestra humanidad, y que muchas veces quisiéramos encontrar un responsable de todo ello. Buscamos en nuestra vida “no a quien nos la hizo, sino a quien nos la pague”. Y así se nos pasa la vida culpando a todos de la miseria que existe alrededor nuestro, intentando con ello satisfacer nuestro deseo de “solucionar” las cosas.

Pero bien vale la pena preguntarnos: ¿Qué será más triste? ¿El caso de alguien que muere en un combate velico, o aquel pobre mendigo que muere de hambre en aquel rincón de la ciudad?, ¿que acaso no matan las dos situaciones? Tal vez aquel que murió en un combate, tuvo la oportunidad de defenderse, pero el otro murió por no tener que llevarse a la boca. Tal vez aquel murió en el combate porque sus adversarios eran mayores en número, pero este murió porque sus vecinos (que eran también mayores en número) no pudieron o no quisieron darle un poco de pan.

¿Qué es más doloroso? ¿Ver como mueren miles por causa de un desastre natural o ver como mueren otros miles por causa de la violencia? ¿Que acaso  las dos causas de muerte no son desastres naturales, uno por la tierra y otro por el hombre, (ya que el hombre también es parte de la naturaleza)?


El problema no es el mal en sí mismo, sino la indiferencia con la que es tratado. Si, a veces el enemigo no es el otro, muchas veces el enemigo se encuentra en nosotros mismos, en ese sujeto que se refleja cada vez que se mira al espejo, que es víctima de sí mismo con su apatía, con sus miedos, con su egoísmo. Cierto que somos grandes, pero no somos dioses. Somos hombres, y como tales, tenemos que ayudarnos los unos a los otros. Se dice que “el valiente vive, hasta que el cobarde quiere”, pues es buen tiempo para demostrar que no somos cobardes, que nosotros somos dueños de nuestros temores, que a pesar de ser limitados, somos grandes; que a pesar de que sea mucho el mal en el mundo, los únicos héroes capaces de combatirlo, somos nosotros, los que todos los días, nos miramos en el espejo. La familia que reza unida, permanece unida; un mundo que reza es un mundo de paz.

P. Alexis Gándara Tiznado

1 comentario:

  1. Y es que a veces simplemente se nos olvida que venimos de un mismo lugar y queremos pasar por encima de los demás, con nuestros actos y o pensamientos, sin darnos cuenta que también nos estamos dañando. Todo sería mejor si por solo un momento dejáramos las banalidades de lado y también porque no, el orgullo y dar la mano a un hermano.

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