Hace algunos días, dedique un espacio de mi tiempo libre
para ver un programa de televisión en la
categoría de entretenimiento, el cual tiene por nombre “lucha libre” de una
empresa americana. Como la televisión es de uso comunitario, el que tiene el
control, es aquel que logre llegar antes que los demás, así que por ser el
afortunado ganador, aproveche para poner el programa ya mencionado.
Cuando algunos de mis compañeros llegaron a la sala de televisión,
sin duda que muchos no estuvieron de acuerdo, y unos cuantos (la minoría)
optamos por aprovechar mi categoría de ganador para dejar el espectáculo. Sin
duda que las quejas de la mayoría no se hicieron esperar, frases como: “no se
pegan de verdad”, “es pura mentira”, “eso es para niños”, “pura pérdida de
tiempo”, entre otras tantas que sonaban de un lado a otro, pero que a fin de
cuentas opte en complicidad de esa minoría, por no hacer caso e intentar ver el
programa. Pasando un pequeño tiempo, voltee la mirada a mis compañeros
encontrándome con la sorpresa de que la sala estaba casi sola, a excepción de
la minoría (tres para ser exactos) que nos quedamos a ver dicho programa.
Esta anécdota sobre la “lucha libre”, me recuerda a la lucha de
vivir día a día en este mundo tan complicado,
no es que critique a los luchadores de ese programa de entretenimiento
propuesto por la televisión, los luchadores están para brindarnos un
espectáculo tal vez con apariencia agresiva, pero con un nivel de
profesionalismo.
Pero el mensaje que me ha otorgado, es el reflexionar en qué clase
de luchadores somos los seres humanos. Nuestro ring es este mismo mundo, y
nuestro oponente ya no es el otro, sino muchas veces somos nosotros mismos.
Muchas veces reclamamos cuando las cosas no se toman en serio, cuando el médico
falla a causa de una falta de preparación,
cuando tal equipo de futbol pierde,
poniendo como causa digna para abrir nuestra boca, el hecho de decir:
“para eso se preparan, para eso les pago”.
Pero en realidad el hombre muchas veces juega a ser hombre, es
hombre en tanto que puede amar, pero deja de serlo cuando se ama más a sí
mismo. Es hombre cuando necesita de los
demás, pero deja de serlo cuando no le entra a la hora de los golpes que afectan
a la vida en comunidad.
Muchas veces hacemos de nuestra vida: circo, maroma y teatro. Circo
cuando las cosas no las tomamos en serio. Maroma cuando queremos arreglar las
cosas de mil modos, pero nunca con la honestidad requerida, y teatro cuando
estas cosas no salen bien y nos hacemos pasar por victimas.
Con esto, viene a mi mente un discurso pronunciado por Miguel Ángel
Cornejo, a unos jóvenes de cierta universidad que por el momento no recuerdo,
pero las palabras que quedaron guardas en mi mente son las siguientes: “Joven
la vida tiene un precio, por ello tienes que pagarle el precio a la vida”.
Muchas veces queremos solucionar nuestra vida a costillas de otros,
y que otros luchen nuestras batallas, es cierto que algunas veces necesitamos
dar el relevo, saber que necesitamos de los demás en este camino, pero este dar
el relevo no implica dejar al otro solo, sino que con mi esfuerzo sumado al de
él, logremos vencer los obstáculos que muchas veces nosotros mismos hemos
puesto con nuestra conformidad, nuestro egoísmo, nuestra indiferencia y nuestra
mediocridad. Es necesario vencernos a nosotros mismos todos los días. El golpe más duro no es el que ya no nos
permite continuar, sino es aquel que nos hace darnos por vencidos.
Es triste el ver un cementerio lleno de muertos, pero es más triste
ver a la calle y encontrar tantos muertos en vida jugando a vivir, olvidándose
de que el precio de la vida es la
muerte. Lo único que tenemos seguro al
nacer; es que la vida termina con la muerte, lo triste es que muchas veces se
nos olvida de que tenemos que vivirla en plenitud porque un día tendremos que
pagar, aun a pesar no haber vivido como se debe, porque cuando pagamos por algo
que nos a llenado, lo hacemos con gusto,
pero si ese algo no es lo que esperábamos, podemos considerarlo como un pago
inútil.
De nosotros depende como será nuestro fin, vivir para morir
feliz, o vivir simplemente para morir. La familia que reza unida permanece
unida, un mundo que reza es un mundo de paz.
P. Alexis Gándara Tiznado
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